El cielo gris cubre la capital. El camino hacia Santa Clara se hace extenso
debido a la congestión vehicular. El
colegio San Alfonso es el escenario de una prueba futbolística organizada por
un club provinciano que participa en la primera división de nuestro balompié.
Decenas de jóvenes ilusionados y
a la vez nerviosos esperaban alrededor del campo de juego. En la pequeña
tribuna, un empresario cerraba el pase de un futbolista peruano a un club del
extranjero. Pasaban los minutos y ningún
representante del club se hacía presente.
El entrenador del equipo
principal hizo su aparición y el primer partido empezó, sin embargo a los 5
minutos de juego el DT se esfumó. La desorganización terminó por sacarlo de sus
casillas y en el estacionamiento sostuvo una acalorada discusión con el
presidente del club. Luego de 10 minutos el entrenador se subió a su camioneta
y se retiró del colegio.
El preparador físico asumió la
dirección de las pruebas, mientras los 22 jóvenes dejaban todo en la cancha con
tal de convencer a un entrenador que ya no estaba presente. Faltaban chalecos,
no había médico y la noche anunciaba su
llegada. Se inició el segundo partido pero
a los 25 minutos fue suspendido porque la luz natural ya se había
marchado.
Al final los jóvenes se acercaron
donde el preparador físico para conocer los resultado, sin embargo no hubo
respuesta. Todos se marcharon abatidos,
cabizbajos y aplanados pues su ilusión había sido destruida.
Ser testigo de la improvisación y la desorganización en alta definición es desagradable.
Seguimos haciendo todo mal. Una cosa es manejar terrenos, chacras y otra cosa
es manejar un club de fútbol y lo más triste es que los “dirigentes” se aferran
al cargo y no permiten la llega de la capacidad. Recordando el viejo refrán “el perro del
hortelano, ni come ni deja comer” tengo
que comunicarles que el perro se transformó en humano, se puso saco y corbata y
nació el dirigente del hortelano, que no pone ni deja poner.
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